El dilema de las redes

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el dilema de las redes

El día que vi el documental “El dilema de las redes” mi vida dio un vuelco. No sabes exactamente qué hacer después de hora y media de meterte tal sobredosis de realidad… Yo imaginaba que estábamos atrapados en un círculo vicioso en el que salir puede suponer horas de terapia o un fuerza de voluntad extraordinaria, pero tan grande ese círculo!!

La siguiente media hora me quedé mirando al infinito (bueno al otro lado de la acera hasta donde da mi vista por la ventana) y decidí darme de baja de todo. Estuve 3 días revisando el correo y anulando todas mis suscripciones; en la vida imaginé que sería miembro de tantos grupos inútiles y mucho menos que se pudiera pertenecer a tantos grupos y tener menos relación con la gente. Pasada una semana había vendido el ordenador y donado mi móvil, era el paso más difícil así que antes consulté a mis padres y amigos si no les importaba que a partir de ahora tuviésemos una relación por carta. A mis padres les pareció bien incluso se alegraron de poder recibir cartas, mi madre prefería interpretar unas buenas reflexiones a mano que descifrar tanto emoticono. Mis amigos se lo tomaron a cachondeo y algunos me sacaron de los grupos (cuando en realidad ya no estaba dentro) y otros me dieron dinero para soportar el coste del correo ordinario durante un mes.

Durante los siguientes dos meses fui el hombre más feliz del mundo después de Biden hasta que me dijeron en la fábrica que tenía que comenzar a trabajar desde casa. Yo les comenté que había comenzado a borrar mi huella digital y que tuve que deshacerme de toda la tecnología que tenía a mi alcance para que la cura fuese completa. El jefe fue comprensivo y me dijo que no había problema. A la semana siguiente me llevaron a casa cinco palés con todos los ingredientes para hacer las galletas de coco y no me quedó otra que comprarme un par de hornos más que coloqué como pude en el cuarto de los niños.

Mi mujer estaba un poco molesta y me dijo que los niños pasaban demasiado calor por la noche y además los vecinos se habían quejado por el agobiante olor a galletas en toda la calle. El teletrabajo o yo (me dijo). Yo lo medité con calma durante un minuto y opté por el trabajo. El divorcio fue rápido y nos repartimos los niños. Yo me quedé con los dos mayores y así podrían ayudarme algunas noches.

Con el tiempo creamos una pequeña empresa familiar y hoy en día repartimos galletas a domicilio. Los pedidos nos llegan por carta y no subimos fotos bonitas de galletas porque en realidad no tenemos donde colgarlas.

Somos muy felices.

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